Historia

Desde los restos de Paleolítico Inferior, que delatan la presencia del ser humano en nuestro entorno, hasta nuestros días, la riqueza histórica de Calahorra es excepcional. Si durante el imperio romano, la ciudad de Calagurris destacó como una de las urbes más importantes de Hispania, no menos importante es el papel desempeñado por Calahorra como ciudad aglutinadora de asentamientos prerromanos, enclave celtíbero aliada de Sertorio, sede episcopal desde los primeros tiempos del cristianismo, o ciudad frontera durante la Edad Media.

Una continuidad en el hábitat, por milenios, cuyo resultado es la ciudad moderna que hoy podemos disfrutar y una ciudad en la que su rico patrimonio, artístico, arquitectónico o cultural, delata su discurrir por el largo camino de la historia.

1. LA PREHISTORIA

Pilar Iguácel de la Cruz

Los más antiguos vestigios del hombre conocidos en el entorno de Calahorra se remontan al Paleolítico Inferior y se reducen a una industria en piedra sobre cantos rodados, que han sido tallados con objeto de obtener un filo. Conjuntos líticos de estas características se han encontrado en el límite de los parajes de La Marcú con los Agudos (Paso de los Toros), y también en el entorno de la presa de la Ribera (Cantarrayuela).

El Achelense es la segunda fase del Paleolítico Inferior y está constituida por una industria de bifaces, triedros y hendedores, además de otros útiles realizados sobre lasca cuyo autor parece ser el Homo Erectus. La mayoría de los yacimientos de esta fase aparecen al aire libre, junto a los ríos, en las terrazas fluviales por ser estos lugares favorables para los asentamientos e indicados para la caza. Muestras de este tipo de industria los encontramos en los yacimientos de Perdiguero y La Marcú, constituyendo su mejor ejemplo el conocido como bifaz de La Torrecilla.

El Musteriense, o Paleolítico Medio, supone un gran avance que se hace evidente en determinados aspectos como son la tecnología y tipología lítica, aprovechamiento del medio ambiente y distribución espacial de los asentamientos generalizándose el uso de abrigos y cuevas como lugar de hábitat, aunque siguen existiendo ocupaciones al aire libre que sería el caso del entorno de Calahorra. Este progreso se explica por un mayor desarrollo intelectual del hombre de Neandertal, autor de las industrias musterienses cuyos vestigios materiales los encontramos en los parajes de Montote, Perdiguero y La Marcú.

Durante el Paleolítico Superior, destaca la industria de hojas que perdurará en los siguientes periodos. Otra característica importante es el empleo del hueso en gran escala y la aparición del arte, aunque en el entorno de Calahorra no se han encontrado vestigios de estas características.

La transición del Paleolítico al Neolítico se define a partir de la aparición de la piedra pulimentada y la cerámica. El Neolítico supone modificaciones de tipo económico, como la aparición de la agricultura y la ganadería, la progresiva sedentarización, que conlleva el nacimiento de las primeras estructuras urbanas o poblados, un importante aumento demográfico y la especialización por actividades en el interior de la sociedad.

Hallazgos de hachas pulimentadas en la zona de Calahorra, han tenido lugar en la zona de Campobajo y Montote.

Durante el II milenio a.C., se desconocía el hierro, pero se apreciaba sobre manera el cobre, el estaño y el oro. El cobre y el estaño, porque al mezclarlos se producía una aleación, que llamamos bronce, muy fuerte y duradera para fabricar armas, herramientas y adornos. El oro, porque era un metal precioso, indestructible, que daba poder y prestigio a quien lo poseía. Conseguirlos se convirtió en una actividad que tuvo importantes consecuencias.

Se organizaban sistemas de intercambio a larga distancia, por vía marítima, terrestre o fluvial por toda Europa. Pero no sólo viajaban las cosas, sino también las personas y las técnicas. Al entrar en contacto, los distintos grupos campesinos iban cambiando poco a poco en sus ideas, sus costumbres y sus creencias.

A partir de la Edad del Bronce y sobre todo del Bronce Medio, la uniformidad cultural, que caracteriza a la península ibérica durante la Edad del Cobre o Calcolítico e incluso en los inicios de la misma Edad del Bronce, se rompe convirtiéndose en un mosaico de culturas, con áreas regionales bien individualizadas. En la meseta y en el valle del Ebro, los grupos eran fundamentalmente agricultores y ganaderos, siendo la metalurgia una actividad aún poco representativa.

Restos de la cultura material de esta etapa en Calahorra se han localizado en la terraza inferior de Perdiguero, en Montote, en el Cerro de Sorbán, y La Marcú, tratándose de pequeñas piezas elaboradas en sílex, entre las que destacan las puntas de flecha.

La incorporación del hierro a la metalurgia nos sirve para establecer un nuevo período en el panorama protohistórico peninsular. Esta etapa que se inicia a partir del siglo VIII a.C., se caracteriza por una serie de transformaciones, generadas a partir de influjos europeos y sobre todo mediterráneos sobre la fuerte tradición cultural indígena desarrollada durante el Bronce Final.

Durante la Primera Edad del Hierro (Hierro I), comienza a difundirse la utilización del hierro gracias a la influencia mediterránea de los pueblos colonizadores griegos y fenicios. No obstante, en la mayor parte de la península predominan todavía los objetos de bronce, y sólo en la fase siguiente se generaliza e impone el uso del hierro.

En Calahorra y su entorno hay pequeños pero numerosos asentamientos correspondientes a este periodo, siendo el más significativo el Cerro de Sorbán. Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en este yacimiento, sacaron a la luz un poblado con una trama urbana de casas de planta rectangular (y excepcionalmente una circular), tenían zócalos de piedra, paredes de adobe (alguna de ellas con pinturas geométricas) y cubierta vegetal. Las casas, adosadas a la muralla formaban un gran espacio abierto a modo de plaza, y un complejo sistema de defensa formado por fosos de diferente tamaño delante del poblado.

Durante la Segunda Edad del Hierro (Hierro II), periodo que se extiende desde los comienzos del siglo V a.C. hasta la romanización, es cuando se hace predominante la metalurgia del hierro, y el bronce queda relegado a objetos menores y de adorno. Corresponde a este momento el florecimiento y desarrollo cultural de los pueblos celtibéricos, entendiendo por “celtíbero” el proceso de aculturación, que desde el área ibérica afecta a la población de los pueblos llamados habitualmente célticos.

Berones, pelendones, lusones, vascones, son etnias que ocuparían la Rioja actual y provincias limítrofes, formando parte de la denominada Celtiberia Citerior, en el valle medio del Ebro.

Los numerosos poblados de la etapa anterior se abandonan, concentrándose la población en puntos más estratégicos de fácil defensa natural, reforzando sus puntos vulnerables con fosos y murallas. Es el ejemplo de Calahorra, o del poblado del cerro San Miguel en Arnedo, que aglutinan a los asentamientos del entorno.

La organización interna del poblado suele responder a un esquema ordenado de casas rectangulares adosadas que dan a una calle principal, aunque respetando la topografía del terreno.

Los avances tecnológicos vinculados a la metalurgia del hierro y la introducción del torno para la elaboración de cerámica, supuso una verdadera revolución para los pueblos indígenas. La nueva técnica del trabajo del hierro fue traída por los fenicios, quienes, a su vez y a partir del siglo VII a.C., se la enseñaron a las comunidades ibéricas. Sin embargo, no será hasta el siglo V a.C., cuando se empiece a utilizar de manera generalizada este metal. Su uso en las herramientas agrícolas, constituyó un gran empuje en el desarrollo de la agricultura.

Por su parte, la introducción del torno rápido, cuyos ejemplos más antiguos aparecen también en asentamientos coloniales costeros, supuso el surgimiento de una nueva cerámica, caracterizada por su decoración pintada. Los primeros diseños con sencillas líneas horizontales, fueron evolucionando hacia grandes círculos concéntricos primero, y más tarde a formas más pequeñas con dibujos de arcos múltiples, espirales, cenefas paralelas y formas de abanicos, hasta culminar en la figuración animalística y antropomorfa.

Este tipo de cerámica comienza a introducirse en el Cerro del Sorbán, justo en el momento en que se produce su abandono. Desaparecen también en ese momento otros asentamientos del entorno como El Valladar o La Marcú, perviviendo sólo un poblamiento de cierta importancia en la propia Calahorra –de donde procede una vasija de tradición celtibérica en la que aparece pintada la figura de un ave-, en Murillo, en La Torrecilla y en la Torre de Campobajo.

2. HISTORIA ANTIGUA (s. II a.C – s. IV d.C.)

José Luis Cinca Martínez

El punto de partida de la vinculación de Calagurris a Roma ha de tomarse en el desembarco de Cneo Escipión en Ampurias el 218 a.C., en el marco de la Segunda Guerra Púnica entre Roma y Cartago. La intervención romana en la Península Ibérica concebida como campaña militar contra los cartagineses, acaba siendo de ocupación y explotación del territorio.

Pocos años después, en el 187 a.C., las fuentes clásicas nos hablan de un enfrentamiento que tiene lugar junto a Calagurris entre celtíberos y romanos, siendo la primera vez que Calahorra aparece en la Historia. Tras la fundación de Gracchurris (Alfaro) y la consolidación de la zona, Calagurris adquiere el estatuto de comunidad estipendiaria con la obligación de pagar impuestos como ciudad sometida a Roma, y acuña moneda en bronce, de patrón romano pero con epígrafe ibérico. Básicamente, en el anverso figura cabeza varonil y en el reverso jinete lancero.

Durante el primer cuarto del siglo I a.C., y en el marco de las guerras civiles de finales de la República, Calagurris es protagonista en la guerra protagonizada en Hispania por Sertorio y Pompeyo. El apoyo que la ciudad presta a Sertorio, enemigo de Sila, supone la destrucción de la ciudad (72 a.C.), a manos de las tropas pompeyanas dirigidas por Afranio. A partir de ahora pasa a depender de los vascones, aliados de Pompeyo en el conflicto.

César, tras su victoria sobre Pompeyo en Farsalia (48 a.C.), encomendará su guardia personal a los calagurritanos, al igual que después hará su hijo adoptivo Octaviano, el futuro Augusto, quien además de ejercer de patrono de la ciudad, elevará su categoría a municipio de derecho romano (ca. 30 a.C.). Es la fundación del municipium civium romanorum Calagurris Iulia Nassica. Nuevamente la ciudad vuelve a acuñar moneda, en esta serie, con la efigie del emperador Augusto en el anverso y un toro en el reverso. También con Tiberio, acuñará moneda con los mismos esquemas.

A partir de ese momento, Calagurris, que pertenece a la Hispania Tarraconense y al posterior convento cesaraugustano, experimenta un importante y progresivo  desarrollo urbanístico, abarcando el actual casco antiguo hasta el Paseo del Mercadal, extendiéndose hacia el este por las calles Chavarría/Avenida de la Estación, y por el oeste hacia la Avenida de Numancia. La ciudad se dotará de los elementos urbanos clásicos en el mundo romano, con la construcción de espectaculares edificios públicos de ocio: circo, donde se realizan carreras de caballos (bigas y cuadrigas) ubicado en el actual Paseo del Mercadal, entre las calles Teatro y Paletillas, y muy probablemente –aunque aún no hay constancia arqueológica-, teatro y anfiteatro. También contará con el foro, centro neurálgico de la ciudad del que desconocemos su ubicación, pero en el que se ubicaría la curia (sede del gobierno), el mercado, o el templo dedicado a la Tríada Capitolina.

A las afueras de la ciudad, se ubica la necrópolis, entre el actual paseo del Mercadal y calle del Teatro, en un espacio que después será ocupado por el circo. Ahí se encontraron en los años cuarenta numerosos ajuares funerarios en tumbas de incineración e inhumación.

El abastecimiento de agua es posible gracias al acueducto que tiene su origen en los manantiales de la cara norte de Sierra La Hez, junto al valle de Ocón, surtiendo a la ciudad de aguas limpias, que además de ir destinadas al consumo, abastecían las termas de las que hay constancia de tres conjuntos: entre las calles San Andrés y Enramada; en la confluencia calle San Blas, Eras y Pastores hacia La Clínica; y junto a la Estación de Autobuses en calle Cervantes. También cuenta la ciudad romana con una importante red de saneamiento, las cloacas, ubicadas en la zona de la calle San Andrés y en La Clínica. La canalización de la calle San Andrés, construida a mediados del siglo I en opus caementicium y probablemente ubicada bajo el decumano, facilitaba la evacuación del complejo termal existente y del entorno. Lo mismo sucedía con la canalización detectada en las últimas intervenciones arqueológicas de La Clínica, construida en opus quadratum y ubicada bajo otro complejo termal.

El elevado desarrollo alcanzado por la ciudad queda de manifiesto a través de múltiples hallazgos arqueológicos: bellas esculturas como la conocida y representativa Dama Calagurritana, un busto que representa a Minerva Pacífica datada en el segundo cuarto del siglo II; pinturas combinando imitaciones de mármoles con escenas figurativas, como las halladas a principios de los ochenta en el yacimiento de La Clínica; mosaicos de opus tessellatum con bellos motivos geométricos como los encontrados en las calles San Andrés, Enramada y Cabezo; bellas cerámicas de paredes finas, lucernas, ánforas, sigillatas itálicas, sudgálicas e hispánicas; joyas como un pendiente de oro con tres perlas y camafeos como el espectacular Sello de Eneas, en el que se representa la huida de Eneas de la ciudad de Troya llevando sobre los hombros a su padre Anquises y de la mano a su hijo Ascanio. Las excavaciones arqueológicas de los años ochenta permitieron sacar a la luz conjuntos como la domus de La Clínica, edificio de notable monumentalidad construido en los últimos decenios del siglo I y ocupado hasta la segunda mitad del siglo III.

 

 

 

No menos importante es la transformación del entorno rural. La centuriación y el reparto de lotes permite la ordenación del territorio, planificando la puesta en cultivo de grandes extensiones de tierras y la construcción de villas como centros de explotación agrícola, ganadera o industrial. En este último caso, destaca el alfar romano de La Maja, un complejo del siglo I para la fabricación de diversos tipos de cerámicas y vidrios, ubicado junto a la calzada del Cidacos y a los pies del acueducto. Entre sus productos, destacan las espectaculares cerámicas de lujo firmadas por Gayo Valerio Verdulo, unas pequeñas vasijas de paredes muy finas, en las que se representan en relieve aspectos de la vida cotidiana con epígrafes alusivos a la escena desarrollada: carreras en el circo, luchas gladiatorias, horóscopo, caza, vendimia, etc.

Las necesidades derivadas de la transformación del entorno, obligan a la realización de dos importantes obras hidráulicas: el conocido como acueducto de Alcanadre del que se conserva una parte importante de la canalización y también una parte de los arcos que sustentaban la obra para atravesar el Ebro, y la presa de la Degollada. Ambas infraestructuras abastecerán de agua a las importantes villas y explotaciones agrícolas del entorno de la ciudad.

Calagurris, está enclavada en la calzada De Italia in Hispanias, una auténtica autopista del Ebro por su margen derecha, que atravesaba el río Cidacos junto al actual convento del Carmen. Además de esta calzada principal de la que se conservan importantes restos, de Calagurris partían otras dos calzadas secundarias: la que ascendiendo por el valle del Cidacos se dirigía hacia la meseta en dirección a Numancia, y la calzada en dirección a Pompaelo (Pamplona) a través de Cara y Andelos, atravesando el Ebro a la altura de la actual Azagra (Navarra). Estas calzadas, junto a la navegabilidad del Ebro hasta Varea, convierten a la ciudad y su entorno en un importante enclave comercial que no solo permite abastecerse de todo tipo de artículos, sino también dar salida a los productos propios.

La crisis económica y política que sufre el imperio desde finales del s. II y las primeras invasiones germánicas de la segunda mitad del s. III, suponen una serie de trascendentales hechos que terminan con el sistema político vigente desde Augusto. La prosperidad de las ciudades, entendidas como centros de poder, se quiebra, y el patriciado urbano se traslada al ámbito rural, construyendo lujosas mansiones o ampliando y adaptando las existentes. La gran extensión de restos arqueológicos en lugares como Piedra Hincada, La Torrecilla, Cantarrayuela, La Mesilla, etc., en los alrededores de Calahorra, nos hace pensar en este tipo de establecimientos agropecuarios.

Calagurris, como consecuencia de estos cambios, también se transforma y se adapta a la nueva realidad levantando una potente muralla cuyos restos aún son visibles en las traseras de la calle San Blas, y cuyo trazado seguiría por las calles Justo Aldea, Cavas (donde se ubicará la conocida como Puerta Vieja), Santiago el Viejo, San Francisco, planillo San Andrés y Bellavista. Con la construcción de esta muralla en la segunda mitad del s. III, zonas urbanas quedan extramuros y sus edificios son abandonados (La Clínica, zona calle Eras/Chavarría).

Las reformas emprendidas por Diocleciano a fines del s. III y continuadas por Constantino, consiguieron dar cierta estabilidad y progreso al Imperio hasta que definitivamente, prosperidad y desarrollo, quedan truncadas con las nuevas invasiones bárbaras de comienzos del s. V, dando comienzo a una nueva etapa en la historia de Calahorra.

3. LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (siglos V-VII)

Pepa Castillo Pascual

En el siglo V asistimos a la disolución definitiva del estado romano  en la parte Occidental del Imperio.  En la Navidad del 406 los bárbaros penetran por el limes renano y en el otoño del 409, tras su paso por las Galias atraviesan los Pirineos. Suevos, vándalos y alanos ocupan la Península sin que el estado romano sea capaz de contenerlos. La inestabilidad geopolítica reina en Occidente entre los siglos V y VII, y en este contexto Calagurris y su entorno serán una zona de paso y trasiego militar, afectada por los saqueos e incursiones de los suevos en su expansión hacia el Este, de los vascones en el área meridional del propio ager Vasconum, de los francos, o de los propios reyes visigodos en su intento de asentar sus bases territoriales y mantener sus posiciones ante la amenaza franca.

En este ambiente de inseguridad, las gentes que habitan el territorio calagurritano ocultan sus bienes más preciados de esta oleada de fuego y destrucción, a la espera de mejores tiempos que no llegarán, y huyen hacia la sierra refugiándose en cuevas o en endebles construcciones, dando origen al importante conjunto rupestre del Cidacos, que será el germen de núcleos de población altomedievales.

Otro problema al que tienen que hacer frente en la primera mitad del siglo V, fue el de los bagaudas, grupos de campesinos desposeídos que recorrieron el Ebro medio sembrando el terror mediante el pillaje y el saqueo, siendo sus presas los ricos propietarios de los grandes latifundios del valle del Ebro, y así se verían probablemente afectadas las ricas haciendas del entorno de Calahorra: Campobajo, Piedra Hincada, Cantarrayuela, etc.

La toma de Tarraco por Eurico en el año 474, pone fin a la administración romana en la Tarraconense a la que Calagurris pertenece, quedando así en la órbita del reino godo de Tolosa. Tras ser derrotados los visigodos por los francos en el año 507 cerca de Poitiers, cruzan masivamente a la península y tras el intermedio ostrogodo, Atanagildo toma Toledo como capital de un reino que se reedifica sobre bases hispano-romanas.

En el nuevo reino visigodo, que por el norte nunca se extendió mucho más allá del territorio de la diócesis calagurritana, Calagurris fue, sin lugar a dudas, su baluarte fronterizo más importante. Es por eso que Suintila (621-631) ante la necesidad de hacer frente a los gastos de las operaciones contra los vascones, acuña en Calahorra moneda. Años más tarde, Wamba (672-680) que se encontraba luchando contra los vascones, pasó por Calagurris antes de dirigirse a la Septimania, con el objetivo de reclutar hombres y suministros.

En estos siglos de inestabilidad y de sustitución de la maquinaria estatal romana por la visigoda, las aristocracias urbanas fueron las más beneficiadas, y junto a ellas, el grupo episcopal. Aristócratas y obispos son los verdaderos protagonistas del poder en una Calagurris que seguía utilizando las instituciones romanas de gobierno municipal, al mismo tiempo que se convertía en una prestigiosa sede episcopal. Unos y otros encarnaban la “romanidad” y el punto de referencia de toda relación de dependencia y obediencia.

Junto a ellos, y bajo su control, los mártires Emeterio y Celedonio, se convierten en el estandarte de la comunidad, en un vehículo de esperanza para la población dependiente, en sus “defensores celestiales” y todo en unos siglos caracterizados por la inestabilidad geopolítica, por la ausencia de un sólido poder político y por un amplio desarrollo de las relaciones de obediencia personal.

4. CALAHORRA ISLÁMICA (siglos VIII-XI)

Tomás Sáenz de Haro

Tras vencer al monarca visigodo don Rodrigo en la batalla del río Guadalete, las tropas árabes y bereberes llegan a Calahorra entre los años 714 y 716, incorporándola a la España islámica o Al-Andalus. No obstante, la mayor parte de sus habitantes conservaría su cultura y su fe, manteniéndose probablemente el culto cristiano hasta el siglo X; en concreto, hasta el año 932, cuando se documenta la destrucción de la iglesia de Calahorra a manos de Almundus.

Sobre esta población mayoritariamente cristiana, gobierna una elite muladí, o de conversos al Islám; así, los Banu Qasi, descendientes del conde hispanogodo Casius, mantienen un gobierno autónomo sobre el valle medio del Ebro, alternando momentos de sumisión a los emires y califas cordobeses con alianzas con el linaje pamplonés de los Arista. Inmersas en esta cambiante coyuntura, hemos de interpretar las expediciones de los emires ´Abd al-Rahman I y Al-Hakam I contra Calahorra en los años 781 y 796, respectivamente. En esta época, Calahorra es un “hisn” (posición fortificada), de la Marca Superior de Al-Andalus (“tagr-al-a`là”) dentro del término de Tudela.

El “hisn Qalahurra” se hallaría reducido a la parte alta de la ciudad, el actual rasillo de San Francisco, bien dentro del recinto amurallado altoimperial o bien hasta la línea de torreones de la plaza del Raso y calle Carreteros. Si aceptamos esta última hipótesis, el torreón del Portillo de la Rosa sería el único vestigio monumental de este periodo conservado en Calahorra.

En el siglo X, la decadencia de los Banu Qasi y la sustitución en el trono pamplonés de los Arista por los Abarca provocan un aumento de la presión cristiana sobre la Marca Superior de Al-Andalus. La Rioja Alta es reconquistada por Sancho Garcés I, rey de Pamplona, y Calahorra cambia varias veces de manos, sufriendo otras tantas destrucciones. Finalmente, en el 968, Galib b. ´Abd al-Rahman, visir-caíd del califa cordobés Al-Hakam II, recupera y repuebla la ciudad, reconstruye su recinto amurallado, añadiendo una octava torre en lo más alto del cerro, e instala en ella una guarnición. Estas medidas se inscriben dentro de la política califal de asegurar los “tugur” o fronteras con la repoblación y fortificación de los núcleos urbanos. Asimismo, los siguientes setenta años de tranquilidad en la frontera permiten un nuevo periodo para la Calahorra musulmana, que experimenta un crecimiento demográfico y una mayor islamización, favorecida por la llegada de nuevos habitantes.

Frutos de esta coyuntura de estabilidad política y crecimiento demográfico son la creación de una red de acequias y la configuración urbana del arrabal. El sistema hidráulico de la Calahorra islámica aprovecha el agua de ambas márgenes del Cidacos mediante acequias todavía hoy existentes; posibilitando una agricultura de regadío en torno a la ciudad, donde se intercalan huertos, frutales, parrales e, incluso, espacios de cereal; aún así, persisten masas forestales de ribera como el “Soto de Algamaga”, actual término de Algarrada.

El aumento de población y la vitalidad de los espacios de regadío provoca el crecimiento de la ciudad que, desde el rasillo de San Francisco, desciende hacia la orilla del Cidacos, dando lugar al arrabal calagurritano. Este nuevo barrio se articula en torno a la antigua calzada romana (hoy calle Arrabal) y a una de las acequias de riego, el río Merdero (hoy Melero), que haría las veces de cloaca. Desde el antiguo puente de origen romano, su entrada se realizaría por la que más adelante se conocerá como puerta de San Miguel, junto al antiguo hospital del Arrabal, y este espacio acogería actividades comerciales en la alhóndiga y el zoco (recordemos la cercanía de la actual calle Zoquero), lúdicas, gracias a la existencia de los baños, y religiosas, con la posible ubicación de una mezquita en los aledaños de la actual catedral. El carácter imbricado y tortuoso del actual trazado urbano de esta zona, con varias callejas sin salida, puede ser herencia del urbanismo del antiguo arrabal islámico.

En el campo de la Calahorra islámica, registramos topónimos como “Benesat” o “Ven Cafla” (hoy Mencabla) que nos informan del asentamiento de grupos clánicos; no obstante, se encuentra en marcha un proceso de creación de grandes explotaciones de las elites militares de la frontera, capacitados para percibir tributaciones por la reforma amirí. Estas grandes explotaciones podían cumplir también una función de ocio, como la Almunia (“al-munya”, huerto y residencia de recreo), o constituir puntos fortificados para el control militar del territorio, como la torre de Almudebar, topónimo posiblemente derivado de “al mudawwar”, que significa “el redondo”. Del mismo modo, completando esta finalidad defensiva, se documentan simples posiciones de vigilancia con una ocupación humana esporádica; sirva de ejemplo la atalaya del Almenar o Portillo de Tudelilla.

A partir del año 1031, la “fitna”, o desintegración del califato de Córdoba, divide Al-Andalus en distintos reinos de Taifas que acaban sometidos al pago de parias a los reinos cristianos del norte; así, Castilla compite por la percepción de estos ingresos con Pamplona. En el marco de estas disputas, el monarca pamplonés García Sánchez III ataca a la taifa Hudí de Zaragoza, tributaria de Fernando I de Castilla, y, en el curso de esta campaña, toma Calahorra de manera definitiva el 30 de abril de 1045, suponiendo para muchos autores el comienzo real de la reconquista hispánica, pues es la primera ciudad islámica de cierta entidad recuperada en el avance de los reinos de la España cristiana.

5. Baja Edad Media (ss. XI-XV)

Tomás Sáenz de Haro

El 30 de abril de 1045, el monarca pamplonés García Sánchez III reconquista definitivamente Calahorra y la incorpora al reino de Pamplona-Nájera. En este momento, acceden a la ciudad pobladores provenientes de los espacios pamplonés y castellano, quedando la población judía recluida en la Judería, situada en el actual Rasillo de San Francisco. Aunque la mayor parte de la población de origen árabe abandona la ciudad u opta por la conversión al cristianismo, incorporándose plenamente a la vida ciudadana (descendientes de estos conversos llegan a ser alcaldes concejiles como Domingo Adelkerim, Pedro y Sancho Zahed,…), permanece una minoría de población islámica o mudéjar.

El desarrollo de la catedral, uno de los principales propietarios de la urbe, concentra las instalaciones catedralicias (iglesia de Santa María, palacio episcopal, alberguería, casas de los canónigos,…) en el arrabal, colación urbana que, en consecuencia, pasa a denominarse “barrio de Santa María”. Asimismo, la reconquista del valle del Ebro en el siglo XII habilita esta ruta jacobea, favoreciendo la llegada a Calahorra de población franca que se concentra en el barrio de Santa María, también denominado “el Burgo” durante dicha centuria, así como la aparición de la iglesia de Santiago el Viejo, germen de la posterior parroquia de San Cristóbal y Santiago.

Gracias a todos estos aportes demográficos, la población de la ciudad experimenta un crecimiento que le lleva a superar la muralla de época islámica, surgiendo el nuevo barrio de Santiago. Mientras que, en su entorno rural, el paisaje islámico se transforma con la expansión de los cultivos de vid y cereal; este crecimiento agrario permite la aparición de pequeñas aldeas como Villanueva, San Felices, Sansol y Aguilar.

La historia de Calahorra como ciudad medieval cristiana está en gran medida determinada por su doble carácter fronterizo entre la Cristiandad y el Islam y, sobre todo, entre los reinos de Castilla y Pamplona o Navarra. Cuando Alfonso I “el Batallador” se apodera de Tudela, Tarazona y de la propia Zaragoza en 1118 y 1119, la linde andalusí se aleja de Calahorra. No obstante, vecinos de esta ciudad participan en los posteriores avances del proceso reconquistador; sirva de ejemplo el caballero Juan de Calahorra, quien interviene en el repartimiento del Puerto de Santa María entre 1264 y 1275.

Mucho más permanente es su condición de “limes” castellano frente a Pamplona o Navarra desde que, aprovechando el asesinato de Sancho Garcés IV en Peñalén, Alfonso VI la incorpora a Castilla en 1076. A partir de entonces, su historia puede escribirse según evoluciona la relación entre dichos reinos. Gracias a su matrimonio con la reina castellana Urraca en 1109, Alfonso I “el Batallador”, rey de Aragón y Pamplona, extiende su influencia sobre la zona oriental de Castilla, Calahorra incluida. A la muerte de este monarca en 1134, ante la imposibilidad de cumplir con su testamento (que entregaba sus reinos a las Órdenes Militares), el rey castellano Alfonso VII recupera la ciudad y firma la llamada Paz de Calahorra (1137) con García Ramírez el Restaurador para asentar a éste en el trono pamplonés frente a Aragón.

En 1151, la catedral de Calahorra es escenario de la boda de Sancho III de Castilla con Blanca, hija del monarca navarro Sancho VI “el Sabio”. Este enlace matrimonial no es óbice para que Sancho VI ocupe varias plazas riojanas (Resa, Autol, Quel, Ausejo, Logroño,…) y saquee los campos calagurritanos en 1163, aprovechando la minoría de edad del futuro ; años más tarde, en 1179, la enérgica reacción de este monarca repliega definitivamente a los navarros al norte del Ebro.

Como “puerta de Castilla”, en 1366, Calahorra asiste a la coronación real de Enrique II “de Trastámara”, en el contexto de la guerra civil que le enfrenta a su hermanastro Pedro I por el trono castellano. Por último, en 1466 el conde de Foix invade Castilla al frente de un ejército franco-navarro, y Calahorra es ocupada hasta ser expulsado el invasor por los propios calagurritanos.

Esta importancia estratégica de Calahorra en la frontera del Ebro motiva el interés de los distintos monarcas en la concesión de libertades y franquicias a la ciudad. Antes de 1110, Alfonso “el Batallador” le otorga un fuero que hoy sólo conocemos por una mención en la carta puebla de Funes, Marcilla y Peñalén. También es indirecta la información que tenemos sobre una mejora de la carta foral de Calahorra concedida por el monarca castellano Alfonso VII al recuperar la ciudad en 1135. En cambio, sí se conservan las nuevas exenciones del pago de “fonsadera” y “portazgo” en todo el reino a excepción de Sevilla, Toledo y Murcia, proporcionadas a los calagurritanos por Alfonso VIII de Castilla en 1181. Este mismo monarca ya le había concedido once años antes el privilegio de acuñar moneda. En 1255 un diploma de Alfonso X permite la celebración de un día de mercado a la semana, concretamente el miércoles. Los posteriores reyes castellanos (Fernando IV en 1303, Alfonso XI en 1340, Juan II en 1420, los Reyes Católicos en 1484,…) confirman estos privilegios de la ciudad de Calahorra.

De igual modo, los distintos monarcas castellanos buscan controlar de un modo más efectivo esta ciudad fronteriza. Tras estar vinculada al señorío de Cameros y a la estirpe nobiliaria de los Haro durante los siglos XII y XIII, tras la ejecución de Juan Alfonso de Haro III en 1334 por orden de Alfonso XI, la ciudad es controlada directamente por la Corona. Paralelamente, el “concilium calagurritanum”, reunión en “concejo abierto” de todos los vecinos, adquiere cada vez mayor autonomía en el gobierno de la ciudad. Esta institución se reúne en la capilla de san Juan de la catedral de Santa María, contando cada uno de los tres barrios o colaciones (Santa María o Mediavilla, San Andrés y Santiago) con sus representantes o procuradores.

El concejo de Calahorra cuenta con sus propios oficiales (alcaldes, jueces, sayones, jurados,…), cargos desempeñados por los burgueses urbanos; estando exento de la intromisión de los adelantados y merinos mayores de Castilla en virtud de un privilegio concedido por Alfonso XI en 1326.

El desarrollo de las actividades económicas urbanas, ilustrado en la concesión del mercado semanal, trae consigo una expansión del término o alfoz de Calahorra absorbiendo otras poblaciones, casi siempre vecinas. En 1335, Alfonso XI le concede el señorío de Murillo con su castillo, los Reyes Católicos le entregan las aldeas cameranas de Velilla y Terroba en 1488 y, a principios del siglo XVI, la ciudad del Cidacos posee también Aldeanueva y Rincón de Soto. Esta expansión permite una mayor cabida en el concejo de los intereses de los terratenientes, tanto por la adquisición de tierras por parte de las élites urbanas como por el ingreso en esta institución de miembros de la nobleza local.

6. EDAD MODERNA (ss. XVI-XVIII)

Ana Jesús Mateos Gil

En los albores del siglo XVI, Calahorra es una pequeña ciudad amurallada de economía floreciente, situación que se mantiene, con altibajos, durante toda la Edad Moderna. La población de la ciudad durante este periodo oscila entre los 4.000 y los 5.000 habitantes, evidenciando las crisis causadas por las epidemias (brote de peste en 1600) y crisis de subsistencia, más dilatadas en el siglo XVII (1627-1632 y 1680-1690). Este tipo de crisis demográficas se van haciendo cada vez menos frecuentes y profundas durante el siglo XVIII, por lo que puede hablarse de una clara tendencia al aumento poblacional, que se confirma en siglos posteriores.

Buena parte de los habitantes de la ciudad pertenecen al estado llano o general, los llamados

"pecheros" u "hombres buenos", aquellos que deben pagar impuestos y pueden ser llamados a filas. La clase social de los privilegiados está compuesta por un grupo de hidalgos y miembros de la pequeña nobleza que exhiben con orgullo en sus casonas las armas de la familia, pero que en buena parte de los casos se ven obligados a ejercer un oficio como forma de subsistencia. Todos ellos, pecheros e hidalgos, colaboran en el sostenimiento del estamento eclesiástico por medio de diezmos y primicias. Las tasas de analfabetismo son muy altas en esta población, a pesar de que Calahorra cuenta con un maestro de primeras letras que se ocupa de los rudimentos de la educación infantil.

El gobierno de la ciudad corre a cargo del Concejo Municipal, la “Justicia y Regimiento”, compuesto por regidores y diputados y presidido por un corregidor siempre ausente y un alcalde mayor que representa a la oligarquía de la ciudad. Estos, junto a los llamados “oficios anuales” (cargos de atribuciones muy concretas que se eligen anualmente), se encargan de la administración de justicia, realizan labores de policía, reparto y recaudación de impuestos; administran los bienes propios de la ciudad; regulan la actividad económica nombrando veedores de los gremios y fijando fechas para la realización de las actividades agrícolas; aseguran el abastecimiento de productos de primera necesidad y se encargan de la asistencia social a través del nombramiento de médico y maestro.

La actividad económica predominante es la agricultura, a la que se dedica más del 70% de la población activa. Las feraces huertas calagurritanas producen legumbres, todo tipo de hortalizas y frutas, plantas textiles y, por supuesto, uva, añadiéndose en el siglo XVIII pimientos y lechuga. Ganadería (pequeños rebaños de vacas y ovejas), caza (perdices, codornices, conejos, liebres y jabalíes) y pesca (barbos, truchas y anguilas procedentes de los ríos Ebro y Cidacos) son actividades secundarias.

La industria es muy escasa, contabilizándose en el siglo XVIII en la ciudad una jabonería, una salitrería, una aguardientería, cinco curtidurías y una tejería. La actividad artesanal, regulada por unos gremios que van perdiendo importancia, abarca una amplia gama de productos que cubre casi todas las necesidades de la población. Los escasos excedentes alimentan la actividad comercial, especialmente en el sector textil, donde se advierten algunas carencias. Este tipo de actividad se realiza diariamente, pero con mayor intensidad durante el mercado franco semanal, que ya desde el siglo XVIII se desarrolla los jueves en la plaza del Raso, como en la actualidad.

El aspecto de la ciudad desde el siglo XVII es el de una ciudad-convento, que cuenta con tres parroquias, tres conventos y nueve ermitas. Junto a cada uno de estos edificios se abre una pequeña plaza o recinto recoleto. Al margen de estas plazas surgen otras de carácter civil, marcadas por la celebración del mercado (Plaza de la Verdura) y las festividades públicas (Plaza del Raso) a las que es tan afecto el Barroco.

La vida cotidiana gira en torno a las plazas como lugar de reunión. Hasta el siglo XVI la plaza principal es aquella en la que se celebra el mercado, es decir, la Plaza de la Verdura. Sin embargo, ya en el siglo XVII cobra mayor importancia el Raso debido a su utilización como escenario festivo, lo que la convierte en centro político, económico y social de Calahorra. Si hay un hecho que caracterice este período es la popularización de la fiesta. La ciudad se convierte, en ocasiones especiales, en un gran escenario en el que se celebran todo tipo de festejos: las procesiones (especialmente la penitencial de Viernes Santo y las del Corpus y los Santos Mártires) cobran mayor pujanza y recorren las principales calles, se representan comedias de temática sagrada o profana, se celebran festejos taurinos, hay carros triunfales y fuegos de artificio. Se celebran proclamaciones reales, nacimientos, defunciones, canonizaciones, visitas de personajes importantes. Todo ello es excusa para la celebración de fiestas en la calle, lo que se traduce en una mayor preocupación por el urbanismo y por el aspecto externo de los edificios que conforman la ciudad.

7. Calahorra en el s. XIX

Javier Jiménez

La vida calagurritana del siglo XIX no se diferenció especialmente de la del resto del país. Se trata de un siglo convulso, con numerosos vaivenes políticos, pocos cambios en lo cotidiano pero con un pueblo llano que participa en primera persona y por primera vez en el acontecer histórico de España. Los enfrentamientos se sucedieron desde la llegada de las tropas napoleónicas, que cruzaron los Pirineos en octubre de 1807, bajo un subterfugio de paz con España y de conquista de Portugal firmado en el Tratado de Fointenebleau. La ocupación napoleónica era una realidad.

Calahorra no participó directamente en los hechos bélicos, pero como ciudad en la retaguardia se vio afectada por tendencias de afrancesados y patriotas, destituciones y nombramientos de cargos, contribuciones para el mantenimiento de la guerra, expolios –sobre todo en la Catedral y en casas de particulares-, detenciones y requisas, etc. Todo ello supuso el empobrecimiento de la ciudad y la ruina de muchas familias.

El obispo de Calahorra, Francisco Mateo Aguiriano fue cesado por los franceses, y en 1812 alcanzaría el cargo de diputado de la Junta de Burgos y participaría directamente en la redacción de la constitución de Cádiz,  conocida como La Pepa.

En junio de 1813 pasan por última vez tropas francesas, dejando como triste recuerdo un saqueo general de la ciudad.

Fernando VII regresa a España en marzo de 1814 anulando la Constitución aprobada en Cádiz y restableciendo el régimen absolutista hasta la sublevación de Riego y Quiroga en 1820. Esta fecha será el punto de partida del Trienio Constitucional (1820-1823), promoviéndose una nueva división administrativa territorial en la que se crea la provincia de Logroño según decreto de 30 de enero de 1822, dejando Calahorra de pertenecer administrativamente a Soria y conformando así lo que con pequeñas modificaciones será la actual Rioja.

En defensa del absolutismo de Fernando VII, varios países europeos firmantes de la Alianza de Verona (Francia, Austria, Rusia y Prusia) invaden la península en 1823 con los Cien mil hijos de San Luis, dando fin al Trienio y a la Constitución de Cádiz.

En 1830, se promulga la Pragmática de 1789 de Carlos IV en la que se prevé la sucesión femenina al trono de España. Tras la muerte del rey en 1833, los partidarios del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, se sublevan en busca de su legitimación frente a Isabel II. En Calahorra, en octubre de 1833, los realistas se alzan en la Plaza del Raso provocando la división social entre realistas-absolutistas y liberales-isabelinos. La guerra duraría hasta la firma del Convenio de Vergara de 1839 entre Espartero por parte de los isabelinos, y Maroto por parte carlista. Calahorra lo celebra con festejos y regresan los presos de la guerra.

En la década de los 30, en plena guerra civil, se promulgan las grandes desamortizaciones de la Iglesia. Calahorra, como cabeza de obispado y sede de diversas órdenes religiosas, se ve directamente afectada por las disposiciones desamortizadoras aprobadas que afectan a las propiedades del cabildo, parroquias y conventos. También afectan a la ciudad, los decretos de exclaustración sobre los conventos de PP Carmelitas, y PP Franciscanos. En este último caso, al estar ubicado en el casco urbano, será destinado a cárcel, cuartel, escuela, o lugar de representaciones teatrales.

La firma del Concordato de 1851 entre el Estado Español y la Santa Sede pone fin a dos décadas convulsas en las relaciones con la Iglesia.

Tras el Bienio Progresista (1854-1856), en 1868 tiene lugar el destronamiento y exilio de la reina Isabel II dando comienzo el periodo conocido como Sexenio Revolucionario (1868-1874), un periodo convulso en el que se proclama la I República, se reinstaura la monarquía en la persona de Amadeo I, tiene lugar la última guerra carlista, y concluirá con el nuevo periodo conocido como la Restauración: Alfonso XII es proclamado rey, y liberales (Sagasta) y conservadores (Cánovas) se alternarán en el poder de manera pacífica por primera vez en el siglo.

El desarrollo económico y social fundamental para Calahorra durante el siglo XIX estriba en la implantación de las industrias conserveras a partir de la segunda mitad del siglo: en 1890, casi la mitad de las fábricas de conservas registradas en toda España, se encuentran ubicadas en Calahorra. Esta concentración conservera traerá a su vez, en 1891 el primer banco de la ciudad: Banca Moreno. Aún con todo, la economía se fundamenta principalmente en la agricultura, con un importante desarrollo gracias a inversiones públicas y privadas: ría de Andrés Mayor en 1829, regadíos del Cidacos, cambios de trazado del Ebro y, sobre todo, por la construcción del pantano del Perdiguero a finales de siglo.

Los adelantos tecnológicos más importantes de la centuria serán el servicio de telégrafos y en 1868 una Estafeta de Correos Ambos adelantos acompañan a las nuevas infraestructuras de la ciudad: el desarrollo del Camino Real entre Logroño y Zaragoza, de 1830 (la actual N-232), el ferrocarril Castejón-Bilbao (1863), o el Puente de Hierro sobre el Cidacos (1867).

8. Calahorra en el s. XX

María Antonia San Felipe Adán

El fin de siglo había transcurrido marcado por las hambrunas y la extrema situación social que había originado protestas en toda España, La Rioja y Calahorra. El “motín de 1892” originado fundamentalmente por los intentos de dar cumplimiento al Concordato de 1851 de trasladar la Silla episcopal a la capital Logroño pero también por la oposición al impuesto de consumos se convirtió en un referente de la vida de la ciudad. Un episodio en el que Sagasta, a favor de Logroño y Cascajares en apoyo de Calahorra marcó un período de rivalidad territorial entre la capital política y la capital diocesana de la provincia que todavía hoy perdura.

El 13 de junio de 1900 se produjo el incendio de la catedral de Santa María que destruyó el altar mayor y causó graves deterioros en todo el templo. Pese al incidente premonitorio los calagurritanos recibieron el siglo XX con enorme regocijo. En el año 1900 Calahorra tenía 9.475 habitantes y una estructura social basada en un reparto minifundista de la tierra en una ciudad en la que la agricultura era parte fundamental de su estructura económica. En este contexto cabe destacar que las dos primeras décadas de los años veinte en Calahorra serán decisivas para su crecimiento económico. Varios factores contribuirían decisivamente a ello, en primer lugar, la ampliación de la superficie regable con la construcción del pantano de la “Estanca del Perdiguero” en 1885 y la construcción del Canal de Lodosa. A partir de 1910, después de crearse la Federación de Sindicatos Católicos, ampliamente representados en Calahorra, es cuando en la ciudad aparece con fuerza el tradicionalismo carlista que interviene en política a través del Partido Jaimista, al que pertenecerá como destacado dirigente don Pedro Gutiérrez Achútegui.

Pero factor decisivo para el crecimiento de la ciudad fue la instalación de una planta remolachera para la producción de azúcar conocida popularmente como “La Azucarera”. Esta importante fábrica se instala en 1916 con la ayuda de los diputados liberales Tirso e Isidoro Rodrigáñez y pone en valor un cultivo hasta entonces residual en la zona. Es necesario señalar que la Primera Gran Guerra europea tuvo en Calahorra consecuencias positivas para su economía ya que se convirtió en una de las principales  fuentes de abastecimiento de ambos bandos en contienda. De este modo el auge de las industrias conserveras convirtieron a Calahorra en un referente nacional.

En 1921 el Alcalde de Calahorra era el farmacéutico Santiago García Antoñanzas, de tradición liberal,  pero que había obtenido su representación en la candidatura que representaba a la Sociedad de Defensa del Agricultor y fue la que resultó mayoritaria en la composición de la Corporación, algo que no debe sorprender porque más del 70% de la población se dedicaba a la agricultura. Este año se hace cargo de la diócesis, en calidad de Administrador Apostólico, el obispo Fidel García que llegó a la diócesis marcado por la derrota española de Annual en la Guerra en el Rif que también dejó familias afectadas en Calahorra.

La dictadura de Primo de Rivera fue mayoritariamente bien recibida en una ciudad con elevado índice de eclesiásticos y de un sector político tradicionalista importante como hemos señalado. Los primeros años del Directorio fueron de relativa tranquilidad en lo económico y como consecuencia de ello en lo social. En 1925 se producían en España sesenta millones de botes de conserva vegetal por año de los que Calahorra producía tres cuartas partes del total. Las conserveras facilitaron empleo a muchos hombres pero también a muchas mujeres que comenzaron, antes que en otros lugares, a incorporarse al mundo laboral colaborando de este modo al sostenimiento de la economía familiar en unos momentos de problemática social evidente. No obstante, en el segundo período de la Dictadura de Primo de Rivera, como consecuencia de las políticas económicas, el sector puntero de la economía calagurritana se resintió sobremanera, aspecto al que también contribuyó el Crack de 1929 que produjo una de las mayores crisis económicas del sistema capitalista mundial y un proteccionismo económico que truncó las posibilidades exportadoras de Calahorra. Es en este período de la Dictadura de Primo de Rivera cuando en 1927 se pone fin al conflicto de la sede episcopal que había quedado vacante al producirse el “motín” con el que había finalizado el siglo XIX.

Calahorra tenía una estructura social variada de obreros y agricultores, y por ello tuvo gran fuerza el sindicalismo católico agrario cuyo auge perduraría sobre todos hasta mediada la Dictadura de Primo de Rivera. No obstante, cada vez más, cobraban fuerza los sindicatos de clase, socialistas y anarquistas y, fundamentalmente, la UGT y la CNT. Es en este contexto de dificultades económicas y sociales y de incremento del “paro obrero” cuando se producirá la caída de la monarquía y la proclamación de la Segunda República que, como en el resto de España, fue acogida en Calahorra con una gran manifestación popular que recorrió las calles de la ciudad. El primer alcalde republicano fue Lucio Díez San Juan, un industrial que había concurrido en las filas republicanas pero que pronto fue sustituido por César Luis Arpón, radical-socialista, que había sido el más votado. La principal preocupación del nuevo Ayuntamiento se centró en impulsar la realización de obras en el municipio como forma de paliar el desempleo y ofrecer la posibilidad de trabajar al menos un número mínimo de jornadas laborales al año. Se impulsó la construcción de escuelas, el Centro de Higiene Rural y otras mejoras importantes para la ciudad. En octubre de 1934 el Gobernador civil cesó a todos los concejales y los sustituyó por los concejales monárquicos con Leopoldo Sáenz Eguizábal como Alcalde. Las elecciones de febrero de 1936 dieron el triunfo al Frente Popular siendo elegido de nuevo alcalde César Luis Arpón.

La sublevación militar contra el Gobierno republicano que se produjo el 18 de abril de 1936 y que originó el acontecimiento más grave de nuestra historia contemporánea, la Guerra Civil española, tuvo un éxito rápido en Calahorra. Las tropas rebeldes entraron el 19 de julio procedentes de Logroño y sólo hubo un conato de resistencia en la Plaza del Raso que fue rápidamente sofocado. En Calahorra, como en el resto de La Rioja, no hubo frente pero aun en la retaguardia fueron fusiladas al menos 214 personas en una ciudad de algo más de 12.000 habitantes. En esta ciudad la indicación del General Mola de que la “acción ha de ser en extremo violenta” se cumplió sin titubeos. De este modo, tras la dura represión vino la terrible posguerra, una  época en la que la capital riojabajeña se estanca en su crecimiento, ya que si en 1930 Calahorra contaba con 12.004 habitantes, en 1940 la población asciende a 13.199 y en los años 60 son 14.462 los calagurritanos.

Durante la Dictadura del General Franco la variedad de sindicatos y partidos, la pluralidad intrínseca a la vida de cualquier ciudad, fue sustituida por el sindicato único y por organizaciones adictas al nuevo régimen en un nuevo estado confesional en el que la disidencia no tenía cabida. En este marco las obras públicas impulsadas desde el Ayuntamiento y el Gobierno Civil tienen que ver con las líneas marcadas para el resto de España. En este período, se construye una nueva Casa Consistorial, el Matadero y el nuevo Cuartel de la Guardia Civil para asegurar la paz interior del municipio. Asimismo se construye el edificio del Silo, adscrito al Servicio Nacional del Trigo, para garantizar el abastecimiento para la elaboración del pan, un producto de primera necesidad en la dieta de la época. Se produce un crecimiento urbano ligado fundamentalmente a la realización de estos servicios y a las promociones de viviendas, denominadas “casas baratas” que fue una política impulsada por el régimen. De este modo la expansión urbana de la ciudad abandona la colina, se urbaniza el Paseo del Mercadal, antiguo Paseo Canalejas, y comienza el crecimiento del ensanche de Calahorra que en la actualidad supone la mayor parte de la traza urbana del municipio.

El período de expansión económica que supusieron en España los años 60 no fue aprovechado por los dirigentes de la ciudad para propiciar un crecimiento económico adecuado a sus posibilidades. La industria conservera y las industrias auxiliares fueron perdiendo su antiguo auge y la ausencia de infraestructuras industriales hizo que otras ciudades de su entorno fueran atrayendo la localización de industrias punteras en su territorio. Desde finales de los años 60 y comienzo de los 70, la juventud calagurritana comienza a crear un tejido asociativo muy dinámico que dará nueva vitalidad a la ciudad en un momento en que se inicia la apertura del régimen como consecuencia de su propia decadencia. De estos movimientos culturales y sociales no identificados con el régimen nacerá la semilla de la tolerancia y la pluralidad de la ciudad actual.

Hoy resulta evidente que la llegada de la democracia ha sido de gran importancia para impulsar la transformación de Calahorra. Debe destacarse como el esfuerzo de las diferentes corporaciones municipales, se ha centrado en dotar a la ciudad de los servicios esenciales de los que carecía y cuya consecución la han convertido en una población mucho más avanzada, mejor urbanizada y con importantes dotaciones culturales, educativas, deportivas, sanitarias y de servicios y tiempo libre, una ciudad más acogedora para sus habitantes y para los que la visitan. Calahorra es hoy, en el comienzo del siglo XXI una ciudad plural y diversa que supera ya los 24.000 habitantes.

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